Propuesta escénica, Amelia Ochandiano
¿Quieres saber qué es lo que Amelia Ochandiano puede desvelar sobre su propuesta escénica?
Compromiso con nuestro momento
Han transcurrido 122 años desde que en un verano de 1897 se estrenara una de las obras cumbre del género chico español: Agua, azucarillos y aguardiente. Con libreto de Miguel Ramos Carrión y la música del genial Federico Chueca —llamado por muchos «el alma de Madrid»— se convirtió desde su estreno, en un éxito aplaudido por el relato que allí se contaba de lo que ocurrió, o lo que pudo ocurrir, en esa inventada noche veraniega de finales del siglo XIX.
Pero es ahora, en pleno siglo XXI, cuando tenemos ante nosotros el reto de ofrecer este pequeño pedazo de la historia más brillante de nuestro teatro musical a las nuevas generaciones. Nótese que hago hincapié en hablar de «nuevas generaciones» que no de «público joven» o de «teatro para jóvenes» porque nunca me han parecido unos conceptos teatrales con los que me sienta cómoda. Estoy convencida de que la verdadera afición por el teatro o en este caso la afición por el teatro musical o la zarzuela, nace de asistir a espectáculos, de vivir experiencias teatrales realizadas desde el rigor, la excelencia y el lenguaje contemporáneo que requiere el hacer teatro; porque hacer teatro lleva implícito el presente, es un compromiso con nuestro momento y con nuestra visión de hombres y mujeres de hoy en día. Mi propia experiencia y mi convicción es esa, que los espectáculos que marcan un punto en nuestra vida o que nos han hecho aficionarnos o han creado una vocación en nosotros, son espectáculos que no pensaban en el tipo de público al que iban dirigidos, sino que tenían la vocación de comunicar, de compartir una experiencia única con el espectador, independientemente de la edad.
Ante semejante desafío había que sumergirse en el texto y en la música para sentir todo lo que nos podía ofrecer este material, lo que podía aportar o conectarnos con nuestra actualidad. Como muchos de nosotros, la música la conocía casi en su totalidad por haberla oído en casa o, en mi caso también, por interés en el género, pero reconozco que el texto apenas si lo recordaba.
La música es incontestable, divertida, sugerente, brillante, llena de ingenio y de sentimiento, pero no por ello sencilla como vehículo para contar nuestro presente ya que la mayoría de los números musicales tienen un profundo sentido costumbrista. Entonces, ¿qué hacer? Dejémoslo en interrogación y pasemos al libreto.
Después de leerlo varias veces sentí que la historia que nos cuenta este «pasillo veraniego», tenía por un lado, todo un entramado de personajes que me resultaban ajenos o con situaciones vitales caducas o ancladas a conflictos que aportan poco a nuestro presente; sin embargo, por otro lado los personajes principales tenían en el fondo, unos conflictos de los que podríamos llamar clásicos, conflictos inmortales, incluso rascando un poco más, algunos de ellos parecían escritos en este 2019 porque a pesar de que el tono es claramente de comedia, la profundidad de la mirada de Chueca está siempre presente en la partitura y los personajes principales de Agua, azucarillos y aguardiente. Nuestros protagonistas son en esencia jóvenes con problemas de precariedad laboral, o con amenazas de desahucio, con falta de objetivos vitales o frustración en la vocación y las expectativas, con deseo y ambición de poder, con los problemas derivados del qué dirán, con el sufrimiento que provoca poder perder una verdadera amistad, o con el deseo de conseguir todo lo que nos proponemos al precio que sea y sin pensar en el otro. Y es en todos esos puntos en los que nos hemos anclado para crear nuestra versión porque son la esencia, lo que nos conecta, lo que tenemos en común antes y ahora y que nos deben marcar la línea de trabajo.
Esa guía ha dado como fruto esta versión de Agua, azucarillos y aguardiente, donde vamos a conocer a Asia, una joven de hoy que, sumergida en una crisis de identidad, nos va a contar la historia de su bisabuela con la que, acaba de comprobar, tiene mucho más en común de lo que había imaginado. La historia de una noche de verano de hace más de un siglo en la que se cruzan los destinos de diferentes personajes vista desde su propio punto de vista, a través de su imaginación, a través de los ojos de una escritora vocacional. En definitiva, un viaje poético a través del tiempo, donde presente y pasado se mezclan en el relato de esa noche. Una noche mágica en un Madrid, que como dice Nando López (el brillante dramaturgo que firma esta versión) «se vuelve pasillo».
Un homenaje a Madrid como referencia de lugar de encuentro, de cruce de caminos y destinos, de espacio de búsqueda y depósito de esperanzas, un lugar para soñar. Y es ahí, en ese viaje poético, donde la historia y la narración se encuentran con la música y se mezclan de forma orgánica para sumar y dar lugar a esta propuesta.
Por último, resaltar dos elementos más que me resultan esenciales: uno es la aparición de Federico Chueca como personaje de la obra. Un Federico Chueca que, como la protagonista de nuestra historia, lucha por abrirse camino, un personaje que al ahondar un poco más en su verdadera historia, hubiera dado para una obra entera o una serie televisiva de varias temporadas, pero que aquí aparece como lo que fue, un joven moderno y rompedor lleno de talento que busca su lugar en el mundo, sin saber, ni soñar siquiera, con que hoy daría nombre a uno de los barrios más populares y transgresores de Madrid y esta es buena ocasión para recordarlo, para homenajearlo.
El otro elemento que no puedo ni quiero dejar de destacar es el entusiasmo y la imaginación de todo el equipo de creativos y colaboradores ante este proyecto. No podría estar más contenta con sus propuestas, sus ideas y su colaboración.
La brillante versión de Nando López que ya he citado, la propuesta escénica de Ricardo Sánchez Cuerda —esa mezcla increíble de un Madrid que se mueve entre Magritte y Tim Burton— los figurines sorprendentes y llenos de detalles contemporáneos de Gabriela Salaverri, la luz de la mano maestra y amiga de Juan Gómez-Cornejo, la mirada fresca de la gran coreógrafa Amaya Galeote y el apoyo constante de Palmira Ferrer que están siendo el alimento para, unidos, intentar dar un paso más en este Proyecto Zarza. Un Proyecto que siento, ha venido para quedarse, porque a pesar de ser una idea complicada y arriesgada, creo que hacía falta, y aquí está. ¡Bravo Daniel Bianco y al equipo del Teatro de la Zarzuela! ¡Que crezca y sea por muchos años! Todos nosotros estamos agradecidos de poder añadir a este proyecto nuestro entusiasmado grano de arena.
Amelia Ochandiano